Alba y Antonio afianzan su relación cada vez más
Leer más: En pandemia (3)Alba abrió los ojos temprano. Su marido aún dormía a su lado. En breve él se iría a trabajar y ella podría… Pero no. Recordó que era sábado y que Julián no le había comentado nada de trabajar ese fin de semana. Así que no podría estar con su hijo. No podría gozar con él hasta el lunes por la mañana. Iba a ser un largo fin de semana, se dijo a sí misma.
En ese momento vibró su móvil. Sin ni siquiera mirarlo, supo quién sería. Dudó en si cogerlo o no, pero pudo más la curiosidad. Cogió el teléfono de la mesita de noche y lo metió bajo las sábanas para que la luz de la pantalla se atenuara. Era un whatsapp, y sabía que era de Antonio.
-Ven a desayunar – había escrito su hijo.
Despacito, con el teléfono en silencio, Alba contestó.
-Tu padre está en casa. Cuando él se vaya.
Lo siguiente que recibió la mujer fue una foto en primer plano de la dura polla de su hijo. La reconoció enseguida.
-Mira como tengo la polla. No voy a aguantarme así hasta el lunes. Así que ven a desayunar o voy yo a tu cuarto.
-¿Estás loco? -tecleó nerviosa Alba
-Sí, loco por ti. Quiero oír cómo te tragas mi leche. ¡Ven a comerme la polla YA!
Alba temblaba. De deseo, de miedo. Miró hacia su marido, que le daba la espalda y dormía. No creyó que Antonio fuera capaz de hacer lo que decía, pero aun así, tratando de no hacer ruido y mover lo menor posible la cama, se levantó y sin ponerse las zapatillas salió de la habitación, echándole a Julián una última mirada. Las luces de la casa estaban apagadas, pero ya empezaba a clarear el día y pudo llegar a la habitación de su hijo sin problemas.
La puerta estaba entreabierta, así que entró y cerró tras de sí. Dentro estaba oscuro, pero desde que cerró la puerta, Antonio encendió la lámpara de la mesilla y ella pudo verlo. Estaba sentado al borde de la cama, desnudo, con su preciosa y gruesa polla dura como un mástil. A sus pies había un cojín, clara indicación de lo que él deseaba.
Alba estaba cachonda, mojada, pero también asustada por si su marido se levantaba y los descubría. Se dijo que si le hacía una mamada rápida y lo hacía correr rápido sería menos expuesto, así que sin más, sin en él dijera nada, se acercó, se arrodilló sobre la almohada y mirando a su hijo a los ojos, bajó su boca y empezó a hacerla una felación a su retoño.
Con las manos apoyadas en el borde del colchón Antonio gozó de la morbosa visión de tener a su madre arrodillada entre sus piernas, con su polla entrando y saliendo de la boca y sin dejar de mirarle, como él le había enseñado. Se sorprendió gratamente de lo que había mejorado su madre en el arte de comer polla. Había pasado de la torpe mamada de los primeros días a una señora mamada que lo hacía gemir de placer.
Alba usaba solo la boca para comerse la polla. Con su mano derecha acariciaba los gordos huevos, que sabía que estarían bien llenos y que en breve se vaciarían en su boca de aquella copiosa manera que tanto le gustaba. Se preparó para tragar a medida que Antonio se fuera corriendo para así evitar cualquier posible fuga.
Antonio no la avisó. Pero ella supo el momento exacto en que la polla que llenaba su boca iba a soltar su amarga, salada y deliciosa carga. Vio los ojos de su hijo entornarse, su mandíbula apretarse y sobre todo, notó la polla empezar a palpitar entre sus labios. Antonio, a pesar del inmenso placer que sintió al correrse dentro de la boca de su madre, consiguió mantener los ojos abiertos. Pudo ver como con cada poderoso chorro que disparaba dentro de la cálida boca, los ojos de su madre se entornaban ligeramente. Pudo contar 7 u 8 de aquellos parpadeos. Y contó 7 u 8 tragos. Ella era buena alumna y entendió que lo tenía que hacer cuando Antonio le había dicho que quería oírla tragar.
Los últimos chorros Alba los pudo mantener en la boca sin peligro de desborde. Después de esos 8 potentes chorros venían 4 o 5 más calmados. Los retuvo en la boca antes de, con un sonoro ‘glub’, tragárselos. Se ayudó, ahora sí, de su mano para exprimir la polla y recoger con la lengua los últimos restos de semen.
Alba estaba a punto de correrse. Siguió quieta, con la polla en la boca hasta que él se la sacó y se la pasó por la cara, acariciándosela y agradeciéndole el placer recibido. Entonces ella, recordando repentinamente a su durmiente marido, se levantó e hizo ademán de marcharse.
-¿Dónde vas? – preguntó Antonio.
-A preparar café. Tu padre estará a punto de levantarse
-Vale, hazle café a papi. Pero… una cosita.
-¿Qué? – preguntó la mujer, estremecida.
-Ponte un vestidito de esos ajustados que usas en casa. Y sin bragas.
-¿Qué? Pero Antonio, por favor… Eso no.
-¡Eso sí! Te voy a estar follando todo el día, mami. Y por supuesto que vas a almorzar con el coño lleno de leche, como siempre -dijo el muchacho, con una amplia sonrisa, con la polla dura y brillante entre sus piernas.
Alba se dio la vuelta para salir de la habitación de su hijo, pero Antonio se levantó con rapidez, la agarró por las caderas y la guio hasta su cama. Allí la hizo arrodillar sobre el colchón, le bajó el pantalón del pijama y las bragas, la hizo poner a 4 patas, se puso detrás de ella y le clavó la polla en el coño de una sola estocada. La agarró por las caderas y se la folló con fuerza.
Al quinto golpe de polla Alba no pudo resistirlo más y se corrió, mordiéndose con fuerza la mano para no gritar. Antonio notó en su polla las contracciones del intenso orgasmo que estallaba en el cuerpo de su madre. No paró de follarla hasta que ella dejó de temblar.
Entonces, con mimo, la ayudó a levantarse, le subió las bragas y el pantalón del pijama, le dio la vuelta y la besó con ternura, con amor. Ella aun jadeaba.
-Venga, vete a hacer el café. Pero antes, cámbiate.
Cuando Alba abandonó el dormitorio de su hijo, sus piernas aún temblaban. Con alivio comprobó que su marido seguía en la cama, durmiendo plácidamente.
Minutos después, tras oír ruidos en la cocina, Antonio decidió levantarse para desayunar algo. Se vistió y fue directo. Nada más entrar vio a su padre sentado, tomándose un café. Su madre estaba de espaldas, poniéndole mantequilla a unas tostadas. La polla, el verla, se le puso morcillona. Ella llevaba un vestido corto, a medio muslo, con tirantes en los hombros. El movimiento de untar la mantequilla se distribuía por todo su cuerpo, y hacía que su precioso culito se cimbreara al compás. Antonio le miró el culo a su madre y sonrió.
-Buenos días – dijo, sentándose a la mesa
-Buenos días – respondió su padre, dándole un sorbo a su taza.
-Buenos días – añadió su madre, sin darse la vuelta.
Cuando Alba terminó de untar las tostadas y se dio la vuelta para llevárselas a su marido, su mirada se cruzó con la de su hijo. Sintió un estremecimiento. Aún le picaba la garganta y tenía en la boca el sabor de la copiosa corrida que se había tragado.
-¿Quieres algo de desayunar… tesoro? – preguntó la mujer, tratando de parecer lo más natural posible
-Sí, mami. Pero ya me lo preparo yo. ¿Tú quieres leche? ¿O ya tomaste?
Alba casi le tira las tostadas a su marido sobre los pantalones. Pero disimuló.
-Sí. Tomaré un vaso – respondió.
-Perfecto. Que siempre me dices que hay que tomar leche a diario. Que es buena para los huesos.
La mirada de odio que Alba le echó casi hace estallar en carcajadas a Antonio, que se levantó y le dijo que él prepararía el desayuno para los dos. Ella se sentó y se puso a hablar con su marido. El corazón le latía con fuerza.
Antonio preparó tostadas para los dos, dos vasos de leche con café y se lo sirvió a su madre. Se sentó con ella a desayunar, dándole golpecitos en con el pie por debajo de la mesa.
Cuando terminaron el desayuno Alba recogió todos los vasos y los dejó en el fregadero, dispuesta a lavarlos. Julián se levantó y salió de la cocina. Cuando Antonio oyó la puerta del baño cerrarse, se levantó como un resorte, se pegó a su madre por la espalda, le cogió las tetas con las manos y le dio un beso en el cuello que hizo revolotear mariposas por todo el cuerpo de la mujer.
Ella no dijo nada. Sabía que su hijo no la iba a dejar tranquila. Y sabía que en el fondo de su ser ella no quería que la dejase.
-¿Me hiciste caso, mami? – Le susurró él en su oreja.
Ella asintió.
-¿A ver…? – dijo Antonio bajando su mano derecha por el tentador cuerpo de su madre, llegando a la falda del vestido, tirando de ella hacia arriba para poder meter los dedos entre las piernas de su madre y recorrer con ellos la raja de su coño.
No había bragas. Lo que se escondía entre aquellas piernas era un caliente y empapado coño que Antonio se apresuró a acariciar. Con las yemas de sus dedos índice y corazón buscó el clítoris y empezó a frotarlo, besando su cuello.
-Uff, mami. ¡Pero si estás empapada!
Alba se mordió los labios. Estaba cachonda, hirviendo, siendo masturbada por su hijo a escasos metros de su marido. Notó contra su culo como la polla de Antonio se fue poniendo dura.
De repente, el sonido de la cisterna del baño hizo tensar a la mujer, que se zafó del abrazo de su hijo, se recompuso el vestido se separó de él.
-Salvada por… la cadena… jajajaja – se rio Antonio volviendo a sentarse en la mesa. Su padre no tardó en aparecer por la puerta de la cocina
-Bueno, pues voy a ver la tele un rato – dijo Julián pasando de largo hacia el salón.
En aquellos tiempos de confinamiento poco más se podía hacer. Ver la tele, leer. Hacer largas siestas. A veces Julián agradecía poder ir a trabajar a pesar de las desgracias que vivían durante aquellos días. Ese fin de semana, sin embargo, no le había pedido que hiciera horas extra, así que se pasaría los dos días haciendo nada.
Alba terminó de fregar la loza. En todo momento notó la presencia de su hijo sentado en la mesa. Sabía que la estaba mirando. Cuando cerró el grifo, oyó un ruido y enseguida supo lo que era. Antonio se acababa de bajar la bragueta. Un escalofrío recorrió toda su espina dorsal.
Aquello era demasiado. Era demasiado riesgo. Julián podía aparecer en cualquier momento. Salir del salón y pillarlos in fraganti. Se dio la vuelta dispuesta a parar todo aquello en aquel momento, pero se quedó quieta, mirando como la durísima polla de su hijo asomaba por su bragueta. Venosa, poderosa. Antonio se había sacado también los huevos y la miraba con una mirada de diablillo.
-Móntame – dijo, imperativo.
-Pero… cariño… tu padre… nos va a pillar.
-Lo oiría llegar. Ven, ponme las piernas alrededor y clávate en mi polla.
Cuando el muchacho vio como su madre, mirando su polla, se mordía el labio inferior, supo que era suya. Supo en ese momento que podría hacer con ella lo que quisiera. Y eso le encantaba. Lo hacía sentirse poderoso.
Alba estaba paralizada. Su cerebro no dejaba de mandarle a su cuerpo mensajes contradictorios. Por una parte la impelían a acercarse aquella soberbia verga y sentarse sobre ella, clavársela en su hasta hacía menos de una semana infrautilizado coño y gozarla. Por otra, le decía que no. Que todo aquello era una locura. Que su marido los descubriría y todo se iría al garete.
El palpitar de su coño inclinó la balanza hacia el placer. Su cuerpo empezó a moverse, sin apartar los ojos de la polla que la atraía como un enorme foco de luz a las polillas de la noche.
Antonio juntó las piernas y guio a su madre sobre él. La agarró por las caderas y la hizo descender. Alba estiró el cuello y exhaló un profundo gemido cuando la dura barra de su hijo se clavó lentamente hasta que quedó sentada sobre él.
-Ummm, me encanta meterte la polla en el coño, mami. Lo tienes tan caliente, tan suave, tan apretadito. Ahora… ¡Fóllame!
Julián, a escasos metros de allí, mirando un estúpido programa matutino, era totalmente ajeno a lo que pasaba en la cocina. Allí, su mujer, su esposa, agarrada a los hombros de su hijo, subía y bajaba a lo largo una gruesa polla que la llenaba de placer. Gimiendo bajito, Alba dejaba escapar de su coño cálidos jugos que bajaban por la polla y mojaban los huevos de su hijo. Con los ojos cerrados, alga gozó de sentirse plenamente mujer. De sentirse empalada por aquel macho en que se había convertido su adorado Antonio.
Él no hacía nada. Se dejaba follar. Miraba a su hermosa madre gozando de su hombría. En verdad era hermosa. Y en ese momento, la viva imagen de la lujuria, con la cara sonrosada, los labios resecos, el placer reflejado en el rostro. Su coño tenía espasmos, y notó con alegría que ella no tardé en correrse, aferrándose son sus manos a sus hombros para no caerse.
Antonio casi se corre con ella, pero aguantó, sin moverse, hasta que su madre se quedó quieta y apoyó, jadeando, su cabeza en su hombro. Era la segunda vez que le metía la polla en el coño hasta hacerla correr y él no la acompañaba. Se dijo que no sería, aquella mañana, la última vez que se la follaría hasta matarla de placer. La agarró por el cuello, hizo que le mirará y la besó con pasión.
-Ya te puedes levantar – le susurró Antonio.
Alba a duras penas pudo levantarse ya que tenía las piernas flojas. Sintió como su coño se vaciaba, sin notar el calor del semen de su hijo. Miró hacia la polla y seguía hinchada, brillando con los jugos que había destilado su coño. Hasta los pantalones de Antonio estaban mojados. No dijo nada cuando él le bajó el vestido y la adecentó. Luego se quedó sentado, mirándola. Ella vio como la polla latía. Sintió deseos de arrodillarse entre las piernas de su hijo y comerle la polla hasta volver a tragarse todo el semen con que él la obsequiara. Si se lo pedía, lo haría, sin dudarlo. Él no se lo pidió. Se levantó, se guardó la polla en los pantalones y se subió la cremallera.
Antes de salir de la cocina, la besó con pasión restregándole la polla por la barriga. Ella gimió en su boca. Luego la dejó allí y se fue al salón. Se puso a hablar con su padre de cosas intrascendentes mientras su alocada cabeza no dejaba de maquinar. Su madre era el centro de todas sus maquinaciones. Al poco rato ella se unió a ellos.
Antonio vio con claridad como los pezones de su madre estaban duros como piedras y sonrió. Se sentó de tal manera que el bulto de su polla no fuera evidente.
Pasó más de una hora. Sobre las once de la mañana los tres seguían en el salón. Alba, chateando con su hermana por el móvil. Julián y Antonio viendo la tele.
Antonio cogió su móvil y le mandó un mensaje a su madre. La miró fijamente mientras ella lo abría y lo leía. Tras hacerlo, ella le miró, miró a su marido, absorto en la tele y se levantó. A los 2 minutos, Antonio también se levantó y fue directamente al baño. Allí lo esperaba ella.
«Vete al baño y espérame allí, que en 2 minutos voy y te follo bien follada», le había escrito. Cuando salió de salón se bajó la cremallera y se sacó la polla. Cuando entró en el baño, ella estaba allí, esperándole.
Sin cruzarse palabras, Antonio entró, cerró la puerta, se acercó a su madre y la hizo apoyar en el lavamanos. Le subió el vestido, la echó un poco hacia adelante y le clavó la polla, despacito, cumpliendo su promesa de follársela bien follada. La miraba a través del espejo que reflejaba el placer la mujer al ser penetrada profundamente.
Cuando ella se corrió, sin sacarle la polla, la hizo incorporar y le sobó las tetas al tiempo que le lamía el cuello. Nuevamente, él no eyaculó. Se acercó a la oreja derecha y le dijo:
-A la próxima follada te llenaré el coño de leche, mami.
Alba no pudo hacer otra cosa que estremecerse. Vio como su hijo salía del baño, con cuidado, mirando por si su padre aparecía y la dejaba sola.
La mujer se miró en el espejo. Tenía la frente perlada de sudor, el cuerpo estremecido de tanto placer. ¿Qué le estaba pasando? Ni en mil años habría pensado que algo así le pudiese pasar nunca. No lo podía ni imaginar. Pero allí estaba, recién follada por su hijo el cual acababa de prometerle que se la volvería a follar y que le llenaría el coño de leche. En apenas 6 días él había transformado su vida, su conciencia. La tenía en sus manos, como… dominada. Pero eso, lejos de escandalizarla, de rechazarlo, la tenía subyugada, ofrecida. Esos seis días con su hijo no solo habían sido los días en los que más placer había sentido. Eran los seis días más felices que recordaba.
Se secó la frente, se peinó, se alisó el vestido y volvió al salón. Su hombre estaba allí y le sonrió al verla. Pero su hombre no era Julián, su marido, que ni siquiera la miró. Era su hijo.
El último orgasmo de esa mañana lo tuvo en la cocina, poco antes de comer, mientras Antonio de la follaba otra vez. Y como le había prometido, esta vez la acompañó y se vació con fuerza dentro de ella, agarrándola por las caderas y clavándole la polla bien a fondo.
Fue el sexto día que almorzó con el coño lleno del semen de su hijo. Al ir sin bragas, su traje se manchó con la mezcla de semen y jugos vaginales. Pero solo Antonio se dio cuenta.
El resto de la tarde fue tranquila. Los tres vieron algunas películas en la tele. Antonio se fue a su cuarto a jugar al ordenador y Alba se puso a navegar con su móvil, esperando recibir algún mensaje de su hijo, que no llegó.
Durante la cena solo hubo miradas, cómplices sonrisas entre ambos amantes. Alba se había puesto otro vestido, también sin bragas. Cuando terminaron, Julián regresó al salón a ver su programa preferido de la noche de los sábados.
-Yo te ayudo a fregar, mamá – dijo Antonio al ver salir a su padre.
Alba notó como el coño se le mojaba. ¿Se la follaría Antonio otra vez? ¿Se pondría detrás de ella, le subiría el vestido y le clavaría su dura, gruesa y hermosa polla hasta el fondo de su anhelante coño?
Antonio no se la folló. Se puso a su lado y la ayudó a fregar la loza. Se miraron y se sonrieron. Entonces, él dijo:
-Hoy es sábado… sabadete – y sonrió.
Aquello fue como un jarro de agua fría. Alba no había pensado en eso. Pero Antonio tenía razón. Era sábado y seguramente Julián, cuando se acostaran, se subiría sobre ella y se la follaría hasta correrse dentro, si es que aquello que él hacía podía llamarse follar. Deseó que fuera de esos días en que Julián se dormía y la dejaba tranquila.
-Sí… es sábado – dijo, apesadumbrada.
-Tu marido te va a follar, jeje.
-Supongo…
-Uy, no te noto para nada ansiosa. Con lo que te gusta que te follen, mami.
Casi le dijo que le gustaba que se la follase él, no su padre, pero se calló. Entonces, Antonio acercó su boca a su oreja y le susurró.
-Pues hoy te va a follar recién corrida y con el coño lleno de leche de otro hombre.
Alba se quedó en shock, sin entender al principio lo que su hijo le estaba susurrando. Cuando su mente lo asimiló, sintió morbo, excitación, miedo. Todo a la vez. Su coño, que se había empezado a apagar ante la posibilidad de tener que abrirse de piernas para su marido, volvió a palpitar.
-Y además – añadió Antonio – quiero oírlo. Me haces una llamada de whatsap y dejas el teléfono sobre la mesilla mientras te folla.
El morboso joven se secó las manos y se marchó de la cocina, dejando a su madre hecha un flan. Terminó con lo que quedaba y también se fue al salón. Allí estaban los dos hombres que se la iban a follar esa noche. Los dos hombres que le iban a llenar el coño de caliente semen. Solo deseaba a uno de ellos, pero sin embargo, deseó que llegase el momento.
Los tres se pusieron a mirar la televisión. Julián atento a las discusiones de los tertulianos del programa que emitían. Antonio pendiente de su madre. Y ella, pendiente de su marido. Mientras antes él quisiera follarla, antes se la follaría Antonio.
Cerca de las 12 de la noche Julián bostezó. Alba se tensó. ¿Y si ese cabrito se iba a la cama a dormirse y no se la follaba? Casi se dice tonta a sí misma en alto. Si ese capullo se dormía… ella iría a buscar a su hijo para que la matara de placer.
-¿Vamos a la cama, cari? – preguntó Julián.
Alba supo que él estaba con ganas por como la miró. Por primera vez en su vida se estremeció ante aquella mirada de su marido. Solo que no era por él.
-Vale… vamos – dijo levantándose y mirando a Antonio, quien le guiñó un ojo.
-Buenas noches – dijo él – Que… descansen.
Al muchacho esperó a que su padre entrara al baño y saliese. En ese momento su madre salió del dormitorio y entró al baño. Julián se acostó. Sin hacer ruido, Antonio pasó por delante de la puerta del dormitorio de sus padres y entró al baño, donde su madre lo esperaba.
El polvo fue rápido, salvaje, intenso. Se comieron la boca para que sus gemidos de placer no traspasaran las paredes. Antonio le clavó con saña la polla en el encharcado coño una y otra vez, sin pausa, buscando un rápido orgasmo que no tardó en llegar. Ambos temblaron mientras la polla se convulsionaba y se vaciaba en lo más profundo del coño materno, haciendo que la mujer también estallara en un poderoso orgasmo que le nubló la vista.
Bastaron menos de 4 minutos de intensa follada para que los dos se corrieran. Antonio le sacó la polla, de la que aun manó un último chorrito de semen
-¡Venga! Vete a la cama que te van a follar otra vez. Y no olvides la llamada de whatsapp.
El primero en salir del baño fue Antonio, que con sumo cuidado se fue hasta su cuarto y cerró la puerta. Enseguida recibió la llamada de su madre y se puso a escuchar atento.
Escuchó a su madre caminar por el pasillo. Oyó como ésta abría la puerta y la cerraba. Entonces oyó a su padre.
-¿Qué hacías? Tardaste – dijo
-Nada, que no me salía el pis – mintió Alba bajo la tenue luz de la mesilla de noche de su marido.
Cuando él apagó la luz ella aprovechó para quitarse el vestido. Dudó en si quitarse o no el sujetador, pero optó por dejárselo. No quería estar totalmente desnuda con su marido. Lo dejó en la cómoda y se metió en la cama. Cerró las piernas con fuerza, temiendo que el semen que llenaba su coño empezara a salirse.
¿Y si Julián, después de todo, no la tocaba esa noche?, se dijo.
La duda se disipó cuando él se pegó a ella y en la oscuridad le dio un beso en la mejilla. Enseguida Alba notó contra su muslo la dureza de la polla de su marido, que la siguió besando e incluso llevó una de sus manos hacia sus tetas, magreándolas sin destreza alguna.
Extrañada, aún en la oscuridad, Alba cerró los ojos y para su sorpresa, sintió placer. Las burdas caricias de su inexperto marido le provocaron un ligero placer. Sabía que no era por él. Que era por su hijo, por el semen que llenaba su coño, por el orgasmo que la había atravesado hacía escasos momentos.
Julián tardó poco en subirse sobre su legítima esposa. Se agarró la polla mientras ella abría las piernas, dispuesta a consumar su deber. Antonio, atento a los sonidos que salían del teléfono oyó claramente un gemido de su madre, la cual no pudo reprimir el placer que sintió cuando la polla entró en su encharcada vagina. También lo oyó su padre, que sorprendido, se paró.
-¿Te hago daño? – dijo el hombre, incapaz de distinguir un gemido de placer de un gemido de dolor.
-No… no…
Julián empezó entonces a follarse a su mujer. El hecho de que su coño estuviera tan mojado, tan resbaladizo, tan suave, no lo sorprendió. En la oscuridad buscó su cuello y la besó sin dejar de moverse, de meter y sacar su polla de aquel cálido coño.
Alba volvió a gemir. El placer fue llenando su cuerpo… Al otro lado del teléfono Antonio oía los gemidos de su madre. Incluso creyó intuir que ella decía «‘¡Qué rico!»
Julián sí lo oyó. Pero era ajeno al placer que por primera vez estaba arrancando del cuerpo de su mujer. Solo buscaba su propio placer. Y esa noche estaba sintiendo mucho. El coño de su esposa estaba tan mojadito que era maravilloso entrar y salir de él. Arreció sus embestidas hasta notar como su cuerpo se tensaba, clavó su miembro hasta el fondo y se corrió.
Él intenso placer que sintió le impidió notar las contracciones de las paredes vaginales de su esposa. Le impidió oír los gemidos que Alba emitió al tener el primer orgasmo de su vida con su marido. Él único que sí la oyó correrse fue su hijo, que estaba atento a todos los sonidos de aquella habitación.
Julián resopló unos segundos sobre su mujer, antes de salirse de ella, darse la vuelta y echarse a dormir. Alba se quedó con los ojos abiertos aun notando como su coño palpitaba. Sintió claramente como de su coñito salía la mezcla de sus jugos y la mezcla del semen de dos hombres. Cerró las piernas para que dejara de salir y no arruinar la cama.
Cuando oyó el primer ronquido de su marido, se levantó, se tapó el coño con una mano y se fue al baño. Se miró la mano, brillante y mojada con aquella blanquecina mezcla de semen y sus humores. Le llegó el olor, el dulzor aroma del semen. Si solo fuese el semen de su hijo, con gusto abría acercado la mano a su boca y habría lamido la mezcla. Pero aunque poco en comparación con las copiosas corridas de Antonio, también había semen de su marido. No sintió el menor deseo de probarlo, así que se sentó en el bidet y se lavó a conciencia. Luego se secó y volvió a la cama.
Había un mensaje de whatsap. Lo leyó debajo de las sábanas, atenta a la respiración de su marido.
-Oí como te corrías. Nunca te había oído correrte con él.
-Nunca me había corrido con él – contestó – Pero no me corrí por él. Me corrí por ti.
-Lo sé – respondió Antonio, añadiendo varios emoticones de besitos.
-Buenas noches… mi amor – escribió ella.
-Buenas noches, mami. Te quiero mucho.
Alba se durmió con una amplia sonrisa en los labios
Deja un comentario